Había una vez un hada que nació de la más linda flor. Era hermosa con su
pelo rojo como un tomate y sus ojos verdes como la naturaleza. Su estatura era
como el meñique y su piel blanca como la porcelana. Esta hada, que se llamaba
Amapola, era feliz con su hermosura y le encantaba bailar y nadar en los ríos,
pero había un oscuro secreto y era que, siendo hada, no tenía alas y ella
estaba en busca de ellas a toda costa. Paseaba por los jardines llenos de
flores enormes y llenos de polen.
Amapola le preguntó a una abeja que estaba encima de una flor: –¿Señora abeja, ¿dónde puedo encontrar mis alas?– La señora abeja le contestó: –Solo sigue tu corazón y, cuando te encuentres a ti misma, nacerán de tu esperanza y amor por ti.– Amapola después de la charla con la señora abeja pensó y pensó mucho en esas palabras porque, aunque Amapola era hermosa y brillante, no se lo creía.
Un día Amapola nadaba por el río lleno de hojas verdes y piedras azules y ahí fue cuando se dio cuenta que una rana del tamaño de una roca la estaba observando y fue entonces cuando la rana le dijo a Amapola: –¡Hola hada! ¿Qué haces vagando sola por estos ríos?– Y Amapola le contestó: –Estoy en busca de mis alas, ¿sabes dónde puedo conseguirlas? – La rana muy observadora le dijo: –Hermosa hada, tú eres excepcional y especial. Cree en ti y veras como tus alas nacerán de ti.– Amapola se quedó pensando en lo que le había dicho la señora abeja y la rana. Empezó a mirar su reflejo en el río y vio que era hermosa y bella.
Poco a poco su autoestima subía como la marea y empezó a creer en sí misma y en todo lo que tenía a su favor y se dijo: – Yo creo en las hadas.– Nuevamente volvió a gritar: –Yo creo en las hadas.– Volvió a gritar con todos sus pulmones: –¡Yo creo en las hadas y en mí!– Tan pronto dijo esas hermosas palabras, Amapola empezó a sentir un cosquilleo de placer en la espalda y, cuando se dio la vuelta, ahí estaban sus hermosas alas de un color blanco transparente con un poco de escarcha dorada y violeta. Eran las alas más hermosas que Amapola había visto entre todas las hadas. Todo lo que hizo fue volar y volar con todo el amor y la esperanza del mundo.
Amapola le preguntó a una abeja que estaba encima de una flor: –¿Señora abeja, ¿dónde puedo encontrar mis alas?– La señora abeja le contestó: –Solo sigue tu corazón y, cuando te encuentres a ti misma, nacerán de tu esperanza y amor por ti.– Amapola después de la charla con la señora abeja pensó y pensó mucho en esas palabras porque, aunque Amapola era hermosa y brillante, no se lo creía.
Un día Amapola nadaba por el río lleno de hojas verdes y piedras azules y ahí fue cuando se dio cuenta que una rana del tamaño de una roca la estaba observando y fue entonces cuando la rana le dijo a Amapola: –¡Hola hada! ¿Qué haces vagando sola por estos ríos?– Y Amapola le contestó: –Estoy en busca de mis alas, ¿sabes dónde puedo conseguirlas? – La rana muy observadora le dijo: –Hermosa hada, tú eres excepcional y especial. Cree en ti y veras como tus alas nacerán de ti.– Amapola se quedó pensando en lo que le había dicho la señora abeja y la rana. Empezó a mirar su reflejo en el río y vio que era hermosa y bella.
Poco a poco su autoestima subía como la marea y empezó a creer en sí misma y en todo lo que tenía a su favor y se dijo: – Yo creo en las hadas.– Nuevamente volvió a gritar: –Yo creo en las hadas.– Volvió a gritar con todos sus pulmones: –¡Yo creo en las hadas y en mí!– Tan pronto dijo esas hermosas palabras, Amapola empezó a sentir un cosquilleo de placer en la espalda y, cuando se dio la vuelta, ahí estaban sus hermosas alas de un color blanco transparente con un poco de escarcha dorada y violeta. Eran las alas más hermosas que Amapola había visto entre todas las hadas. Todo lo que hizo fue volar y volar con todo el amor y la esperanza del mundo.
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