Centro de Lectura y Redacción, Decanato de Educación General, Universidad del Turabo

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martes, 12 de mayo de 2015

7053 por Pedro Rafael Correa Henry, participante en el Torneo de Cuento Corto Oral

—¿Por qué no te paras?
—Entiendo que no tengo que pararme.
Sentí que mi tarde no podía ser peor. Esta tarde, mis piernas no toleraban la caminata a mi humilde vivienda. Salía de servirles a mis queridos Cliff y Ginny. Por ende, había decidido tomar un autobús para descansar mi frágil y agotado cuerpo.
Era el primer día de diciembre y otra vez había tenido la dicha de volverme a encontrar con Blake, el conductor de autobús inescrupuloso que me había dejado bajo un diluvio hacía doce años por no seguir unas injustas reglas que segregaban a unos de otros por su color.
¡Ah!, había caído en la boca del lobo, pero decidí pasar la incomodidad por alto y tomar el asiento asignado para mí en la parte trasera. Silenciosamente supliqué llegar sin inconvenientes a mi destino. Nos detuvimos en distintas paradas y más butacas se ocuparon. De momento, algunos blancos se quedaron de pie. Blake decidió cambiar el rótulo que indicaba nuestra área para reducirla.
—¿Por qué no son amables y ceden su espacio?—se dirigió a los pasajeros marginados.
—Cedan los asientos a ellos— clamó. 
Tres de cuatro decidieron seguir la orden; yo decidí cobijarme en la ventanilla y continuar con el viaje. De pronto, una pregunta se sembró en mis oídos y mi respuesta floreció. La flor no rindió frutos y llegué a ser confinada por la injusticia y la ignorancia.
Ay, Rosa, ¿en qué carajo te metiste? Dime, ¿qué vas a hacer?

Bueno, esperaré a que mi gesto trace el camino a la libertad mientras me retratan cargando estos números en mi falda. 

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