Entre algas, peces y monstruos
marinos se llevó a cabo la reunión de dos grandes rivales. Azazel se cubría el
pellejo pálido con su viejo manto estampado de malicia. Por otra parte, Gabriel
vestía orgulloso su delicado atuendo, ese que reflejaba el color de las nubes. Aquel que bajó del cielo le
dijo a quien provino de las entrañas de la Tierra: –Te ayudaré. Asimismo,
este se acercó al putrefacto oído del líder demoniaco y le
pronunció tres palabras, acto con el cual finalizó tan peculiar reunión en el
fondo del mar.
Azazel convocó a sus
legiones en un lugar donde su amo no los iba a escuchar y las dividió en tres
grupos. A cada uno le asignó una de las palabras que Gabriel le susurró al oído. –Destruyan la tierra
si es necesario pero las encuentran y me traen la totalidad de ellas, solo así lo
lograremos– les ordenó su comandante en jefe. Por otra parte, Lucifer se
la pasaba persuadido por el olor del azufre, a tal punto que llegó a la
adicción por el mismo, cosa que no le permitía percatarse de lo que sucedía.
Al cabo de un mes,
la misión de las legiones estaba completada. Los grupos habían colocado su
encargo en cada una de las tres cuevas más profundas que existían en el
planeta. Ya Azazel estaba preparado para su gran traición. Pero antes de irse a
buscar su perdón y reivindicación quiso dejarle un claro mensaje a su amo.
Sobre la fuente de azufre que alimentaba el vicio de Lucifer dejó caer un
pedazo de los tres objetos que Gabriel le sugirió. Con estos intentaría
reivindicarse al cielo junto a sus legiones: oro, incienso y mirra.
Muy original. :-) Con lo que me gustan este tipo de relatos.
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