Llego a mi hogar y le doy un beso de saludo a
Margaret. Luego, me encierro en mi recámara y enciendo mi computadora para
actualizarme en los quehaceres laborales. Todo marcha prósperamente. Accedo a
mi cuenta de una red social para estar al tanto de la condición de mis
familiares, amigos y las tendencias del día, cuando…
—¿Qué es esto?— me pregunto en voz alta.
He recibido una solicitud de amistad de una mujer
llamada Emilia. La fotografía con su mirada penetrante, tez bronceada, cabello
rizado y de aspecto saludable, figura voluptuosa y labios de color merlot me
llama la atención. Entro a su perfil y me cautiva su manera de pensar, sus
gustos musicales y su apreciación a las artes. Su aspecto físico e intelectual
me ha convencido de añadirla y charlar con ella para ver quién es en realidad.
Acepta la solicitud y justo antes de comunicarme con
ella a través de un mensaje privado, llega uno de Emilia que dice:
Emilia
¡Hola, Jesús! Sé que esto se puede percibir como
algo extraño, pero desde que te vi en la parte de afuera del edificio que está
enfrente de la cafetería en la que desayuno diariamente, tu apariencia ha
llamado mi atención. Quiero conocerte mejor, ¿qué tal si salimos a una barra y
hablamos por un rato?
Ella es muy insistente, aunque debo decir que me
gusta mucho —pienso al leerlo.
Comprendo que mis anhelos me guían a algo que no debo hacer, pero siento que mi
vida se ha convertido en una rutina. Día tras día: voy al trabajo, aguanto las
estupideces de los compañeros, cumplo con mis horas, regreso al hogar y recibo
el saludo cotidiano de Margaret, me nutro de lo que ella me cocina, me ducho,
termino todo lo que me traigo de la faena y me acuesto a dormir. Me encuentro
en este cerco desde que hallé a la “mujer de mi vida” y pude conseguir el
“trabajo de mis sueños”. Necesito aventurarme y conocer lo que es vivir de
verdad.
Respondo al mensaje:
Jesús
No me molestaría salir contigo para hablar un rato,
te ves como una mujer intrigante y me fascinaría saber más de ti. ¿Qué te
parece si vamos a un lugar un poco más íntimo, como un restaurante, y gastamos
nuestro tiempo entre copas y entremeses la noche de hoy?
Veo que aparece en la pantalla: Emilia está
escribiendo…
Acepta mi invitación. No le comento sobre la
relación con Margaret. Ya estaba ansioso por conocer algo o alguien que
estuviese fuera de mi rutina y ahora ha esa oportunidad. Tomaré una ducha, me
arreglaré, me engalanaré con mi camisa de hilo favorita y pantalón de vestir
negros y mi perfume. A punto de salir de mi casa, Margaret me ve y me
pregunta:
—¿Adónde vas tan arreglado, amor?
Giro un poco mi torso hacia ella y le digo que mi
jefe necesita de mis destrezas para elaborar un proyecto y que considero
apropiado llegar arreglado al establecimiento para dar una impresión de que mi
labor es prioritaria. Ella no duda de mi palabra y salgo de la casa.
Al conducir al restaurante para este encuentro
furtivo, pienso y me cuestiono esta duda única. ¿Cómo Emilia me pudo conseguir,
si no tenemos amistades en común ni ella conoce mi nombre? Quizás fue pura
coincidencia y la apariencia tosca en mi foto de perfil le atrajo. No dejaré
que eso me arruine la noche de hoy. Necesito la aventura, necesito romper esto
que lo he catalogado como vicio.
Al llegar al destino predilecto, me siento preparado
para conocer y convocar una plática con esta dama exótica. Entro al
restaurante, y Emilia no está.
Llegué a tiempo, espero que no se tarde mucho —me digo a mí
mismo mientras tomo asiento y el anfitrión me atiende.
****
Espero. En realidad un par de minutos, par que
se convierten en horas.
****
Muchos llegan al restaurante; Emilia jamás aparece.
Me siento decepcionado, mis expectativas han sido muy elevadas y he tenido que
mentir a una mujer dedicada para escaparme a lo que ha podido ser una aventura.
Pago mi cuenta y abro la puerta para salir al
estacionamiento. Frente a mí alguien muy familiar pregunta:
—¿Esperabas a Emilia?
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autor. Para contactar al escritor, puede comunicarse con Sylvia M. Casillas
Olivieri, Centro de Lectura y Redacción, scasillas2@suagm.edu, Universidad del
Turabo, Gurabo, Puerto Rico.
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