El mundo, en el año 2030 ya no era como lo veíamos
en las fotografías que habíamos conocido. La tierra estaba desierta ya no había
árboles, los humanos estaban casi extintos, la mitad de los animales muertos y
los otros utilizados para la milicia. Los seres humanos habían dañado todo con
la tercera guerra mundial al utilizar armas nucleares. A causa de eso, los
cuerpos de agua se habían secado o estaban contaminados. También, habían
utilizado a los animales como armas. Les habían introducido una especie de
“chip” para controlarlos. Esto último acabó con todo; las armas biológicas eran
para acabar con los soldados, pero terminaron afectando a la ciudadanía. Todo
se había salido de control cuando Corea del Norte había unido fuerzas con
Estados Unidos. Rusia había creado un virus más fuerte que, al momento del
contagio, se apoderaba del sistema nervioso y lo hacía trizas haciendo que la
persona no tuviera ningún control de sus acciones.
Esto es todo lo que había visto en mi juventud.
Jamás pensé que al cumplir dieciocho años iba a quedar tan solo. Mi padre había
muerto, ya que él era sargento en la milicia y estaba activo en la guerra, pero
no sabía de qué forma. Mi madre, al recibir la noticia de la muerte de su
esposo, quedó estupefacta. Me dejó solo con mi hermana de trece años llamada
Camil. Lo único que sabemos es que un día salió por la puerta, no sabemos si
murió o se contagió. Lo único que sabemos es que simplemente desapareció.
Mi padre siempre me habló de esta especie de apocalipsis. Me decía «Alexander
tú vas a ser el hombre de la casa si algún día me sucede algo; todo lo que vas
a necesitar estará en el cuarto de provisiones». Era raro ver a alguien unas
semanas atrás y después saber que nunca lo ibas a volver a ver, que simplemente
su alma había salido y su cuerpo había quedado vacío.
Camil, estaba devastada por todo lo sucedido, ya que
habíamos quedado solos en las casa. Veíamos desde la ventana empañada medio
escondidos a los animales militares comiéndose los cuerpos tirados en la calle.
Los pocos sobrevivientes estaban escondidos o habían hallado la manera de
llegar a la reserva. Estados Unidos, esta gran nación, no era ni la cuarta
parte de lo que era antes. Aquí no quedaba nada, debía de ingeniármelas con mi
hermana para llegar vivo a la reserva en Arizona que era nuestra única
posibilidad de supervivencia.
Entré al cuarto de provisiones. Había alimento no
perecedero como para tres semanas, agua y un “kit” de primeros auxilios. Si
todo se usaba con cautela, pensaba que se podía extender su uso. Además tenía:
una caseta, cuerda, sábanas, un arma de fuego y una cuchilla; mi padre me había
enseñado a usar el arma y a comprender que solo debía usarla en caso de
emergencia ya que no era un juguete.
Poseíamos un jeep Rangler color negro que mi padre
le había regalado a mi madre de cumpleaños. Empecé a subir todo y Camil a
traer las maletas con ropa. Me había contactado ayer el comandante Roger,
compañero militar de mi padre. Roger, había sido el que me había dado la
valentía y las instrucciones de salir a las 4:00 a.m. ya que a esa hora todo
estaba más llevadero. Él no podía venir a buscarnos desde Arizona
porque la milicia estaba muy ocupada combatiendo con sus propios demonios. El
jeep tenía el tanque lleno y otro tanque medio lleno. Tenía la esperanza de que
esto nos diera para llegar a la reserva. Salimos de nuestra urbanización y
seguí las rutas que mi padre había marcado para nosotros en caso de emergencia.
Mientras iba manejando, mi hermana y yo platicábamos sobre qué le habría
sucedido a mamá. Ella solo nos había dicho «No me busquen, cuídense, los amo» y
se despidió con un beso tibio y un fuerte abrazo.
Llevábamos cinco días en el jeep haciéndolo todo:
comiendo, durmiendo y haciendo pequeñas paradas para hacer nuestras
necesidades. Fue duro tener que atropellar a personas que se habían tirado
contra nuestro parabrisas para asaltarnos y algo aún más duro defendernos de
animales que habían querido comernos. Era fuerte.
El comandante Roger se había comunicado con nosotros
a través de la radio para preguntarnos nuestra localización. Yo le había dicho
que todavía estábamos lejos porque habíamos tenido diferentes percances. El
contactarnos no había sido tan solo para saber nuestra localización. Había sido
también para avisarnos sobre un helicóptero de Rusia que estaba rociando el
virus por aire así que nos había recomendado que, cuando bajáramos, usáramos
unas mascarillas que estaban en el “kit” y que le pusiéramos una cobertura al
ventilador del automóvil. Roger, en un momento me había hablado como mi padre
diciéndome «Esto es un mundo fuerte y utiliza las armas con sabiduría, no son
un juguete».
Mientras estaba conduciendo encontré una
farmacia que se veía en buen estado pero en la que se encontraba un hombre
sospechoso. Le dije a Camil «Quédate vigilando el auto en lo que me bajo aquí
para revisar si encuentro más provisiones o algo que nos pueda servir». En lo
que yo seguía recogiendo medicamentos, entre otras cosas, en la farmacia noté
que mi hermana estaba hablando con el hombre. Rápido pensé: Este hombre lo
que quiere es asaltarnos. Salí corriendo y él se me presentó y me dijo
«Solo busco un alma buena que me ayude ya que me he quedado estancado aquí,
estoy cansado y tengo hambre». Mi hermana enseguida le dio alimento y agua.
Siempre lo había dicho, mi madre había criado a mi hermana muy sensible y
demasiado de inocente, diría yo.
Mi hermana se había ido por un lado para poder hacer
sus necesidades mientras yo me quedé con el hombre que se presentó como Bruce
Conner. Tendría sus veintisiete o veintiocho años. Se veía bastante serio. Me
contaba sobre su trabajo aburrido como abogado y cómo se olvidaba de todo eso
cuando se iba de aventuras por los bosques, viajaba a diferentes países como
India o África o cuando se iba por el mar.
Durante la charla dejé de escuchar a mi hermana. De
pronto escuché unos gritos «¡Alexander! ¡Auxilio!». Salí corriendo. Bruce
brincó con un arco y flecha. Traté de seguir su voz pero no lograba encontrarla
ya que se había ido para un área verde bastante densa. De momento, también dejé
de ver a Bruce. Cuando escuché otra vez a mi hermana gritar, pude encontrar su
localización. Había un oso tratando de comérsela. Era un grizzly de la milicia
color café. Logré identificarlo por el chip. Había llegado a arañar a mi
hermana en la pierna izquierda haciendo que mi hermana cayera en el suelo.
Cuando traté de levantarla, Bruce salió con un brinco y le dio un flechazo con
veneno en el pecho al oso. Yo me quedé sorprendido tratando de levantar a mi
hermana del suelo. El oso cayó al suelo como un tronco. Al ver ese acto
heroico, no me quedó de otra que decirle «Gracias por salvar a mi hermana» y
llevarlo con nosotros.
Mientras íbamos de camino mi hermana se durmió y yo
estaba en las mismas, bien cansado, después de toda la adrenalina que había
gastado horas antes. Decidí no dormirme ya que este hombre andaba con nosotros
y desconfiaba mucho de él. No quería que fuera a robarnos lo que nos quedaba.
Preferí aguantar el cansancio hasta que él se quedó dormido. Más tarde conseguí
estacionarme en un lugar seguro dentro de un túnel vacío para luego levantarme
a las 4:00 a.m. Al otro día, el hombre notó el procedimiento mío y de mi
hermana. Camil hacía el desayuno, llevaba el conteo de nuestros alimentos, de
lo que teníamos y lo que nos hacía falta. Mientras tanto yo revisaba el
automóvil, las llantas del jeep y me aseguraba de que estábamos bien para
seguir con el viaje. Bruce nos preguntó que hacia dónde nos dirigíamos. Yo le
respondí arrogantemente «A la reserva en Arizona». Bruce me dijo «Eso es un
truco para jugar con la mente de los que tienen esperanza de que este mundo
puede ser rescatado. Lamento decirles que este es el fin». Le dije a mi hermana
«Ponte audífonos; no quiero que lo escuches». Mientras tanto, él comenzó a
burlarse de nosotros.
Seguimos nuestro rumbo y pasamos por un área que
parecía un bosque en donde el jeep comenzó a fallar. Revisé nuestro
vehículo. Al parecer había habido un fallo en la batería, así que mi hermana
tuvo la idea de bajar las cosas y acampar en el bosque. Estuvimos cuatro días y
tres noches en ese bosque húmedo y frío pero, por lo menos, teníamos alimento y
un galón de gasolina. Bruce conocía dónde estábamos y comentó que teníamos un
lago y una cascada pequeña que debía tener agua fresca. Tan pronto mi hermana
escuchó eso, Bruce la dirigió para que fuera sola a buscar agua mientras yo me
quedé hablando con él. Le pregunté por qué era tan bueno en arco y flecha. Él
respondió que en sus años universitarios había sido un gran atleta de ese
deporte. De repente noté que habían pasado muchas horas y Camil no había
regresado. Comencé a preocuparme. Le dije a Bruce «Vamos a buscarla». Bruce
supuso que estaba en la cascada pero mi hermana al parecer se había encaminado
hacia el lago. Efectivamente. Tan pronto la vi, le grité «¡Camil! Esa agua está
contaminada». Ella salió rápidamente del agua e inmediatamente le comenzó la
comezón en su piel. Mientras ella lloraba nos fuimos al campamento. La curé con
guantes para mi protección, le di medicamentos y la mantuve aislada. Esa noche
fue larga. Entre Bruce y yo nos turnamos para hacer guardia y vigilar a mi
hermana pero sucedió lo que temía: mi hermana contrajo alguna bacteria o virus
que se encontraba en ese lago.
Al día siguiente recogimos todo y nos alimentamos ya
que el día iba a ser largo. Mi hermana estaba con fiebre pero todavía no estaba
muy débil. Sin embargo, seguía con la picazón en su cuerpo. Al ver que no
estaba débil decidimos caminar lo más que pudimos. Anocheció y decidí quedarme
cerca de mi hermana manteniendo las precauciones posibles e inyectándole
los antibióticos que había encontrado en la farmacia. Me quedé dormido junto a
mi hermana; ella se levantó y notó que las cajas y el arma no estaban. Me
levantó diciéndome, Bruce nos robó.
En la mañana se escuchó un ruido entre los arbustos.
Era él, Bruce, pidiéndonos perdón con sus ojos llenos de lágrimas. Camil lo
amenazó con un cuchillo en el cuello y Bruce asustado nos dijo que lo
perdonáramos porque su instinto de supervivencia había sido más que su sentido
de lealtad. Yo le dije «Te vuelvo aceptar porque veo que tus lágrimas son
sinceras pero necesito que seas leal; esto no es un juego». Después que los
puntos quedaron claros entre nosotros nos mantuvimos caminando por el
bosque ya con poco alimento para los tres. Además mi hermana comenzó a marearse
y su fiebre seguía subiendo. Bruce la cogió al hombro. Supongo que su acto fue
porque se sentía en deuda con nosotros.
Logramos salir del bosque y, milagrosamente, salimos
por una autopista. En ese momento mi hermana comenzó a vomitar sangre y
yo comencé a preocuparme más. Me quedé con ella en el suelo sirviéndole de
apoyo. A Bruce se le ocurrió la brillante de buscar algún auto que tuviera la
llave pegada para echarle el galón de gasolina que teníamos. Ya en este punto
que habíamos llegado debíamos buscar recursos de donde fuera. Bruce se fue solo
con la gasolina para ver si encontraba el auto. Pasaron un par de horas y mi
hermana con su voz débil me dijo «Tú sí que eres tonto. Él lo más seguro se
fue». Yo por dentro estaba pensando que mi hermana tenía toda la razón a pesar
de que yo decía que ella era la débil de carácter.
De momento se escuchó un auto. Era Bruce con una
guagüita. Se detuvo, cogió a mi hermana y la subió al vehículo mientras yo
subía las pocas cosas que nos quedan. Condujimos por varias horas. Durante el
trayecto de la carretera, nos turnamos para conducir y cuidar a mi hermana ya que
estaba deshidratada, delirando y viendo a nuestra madre. De repente noté
que Bruce empezó a llorar. Sin que yo le preguntara nada, comenzó a contarme la
historia de su hijo y esposa. Todo tenía sentido para mí ahora. Él había sacado
su instinto paternal con mi hermana. Había canalizado todo ese amor que tenía
para su familia hacia mi hermana, Camil. Yo lo miraba mientras bajaban sus
lágrimas por sus mejillas. Mientras tanto él miraba la fotografía de su familia
con mucha nostalgia. Decía que por esa maldita guerra había perdido lo que más
amaba, su esposa y su hijito de cinco añitos.
Entre la plática notamos que nos habíamos quedado
sin combustible en el desierto de Arizona. Permanecimos en el auto porque mi
hermana estaba durmiendo y estaba anocheciendo. Me pasé hacia atrás con mi
hermana porque la veía muy mal. Yo estaba consumiéndome por dentro pensando: Me
quedaré solo. Dios me quita todo lo que quiero. Trataba de bajarle
la fiebre y le decía secretos de nosotros como hermanos y que tenía que luchar.
Bruce se bajó para despejarse un poco y para darnos
privacidad. Aprovechó para revisar el perímetro. Cuando volvió al jeep nos dio
la noticia que había escuchado un helicóptero cerca. Yo le dije «Olvídalo.
Estamos muy débiles». Mi hermana entonces me susurró suavemente «Vamos a
arriesgarnos. Como quiera vamos a morir». Aunque fuera un comentario
pesimista, tenía razón; llevábamos varios días sin comer.
Bruce cogió al hombro a mi hermana y yo los bultos
con las cuatro botellas de agua que nos quedaban más los medicamentos de mi
hermana. Caminamos por el desierto por cuatro días pero el sol nos afectaba
mucho y las noches frías eran fatales para mi hermana. No habíamos comido ni
descansado bien hacía mucho tiempo. Bruce ya estaba perdiendo la gordura y yo no
había bebido agua. Mis labios estaban secos y estaba exhausto. Comenzó a gritar
el nombre de su hijo, Charlie, como reviviendo el momento en que un hombre bajo
la influencia del virus le había rasgado el pecho a su hijo mientras su esposa
trataba de forcejar con el desconocido. En tanto él había tratado de llegar
para ayudar a su esposa. Su esposa se había contagiado del virus y le había
pedido que la matara porque no quería vivir con eso. Bruce no quería, pero ella
le había suplicado hasta que él le había pegado un flechazo en el pecho.
Mientras deliraba escuché esa triste historia.
Levanté a Bruce del suelo luego de dejar a mi hermana encima de unos bultos. Él
musitó «Charlie». Creo que de los tres, el mejor que estaba era yo. Los tres
andábamos deshidratados, sin fuerzas, tirados en el suelo bajo el sol ardiente
del desierto. Mientras seguíamos nuestro camino lentamente, comenzamos a ver
una gran mansión amurallada con paredes de cristal en los jardines. Un lugar
con cascadas y animales. Vimos una gran puerta. Mi hermana comenzó a llamar a
mis padres y yo los comencé a ver. Cuando comenzamos a abrir la gran puerta nos
deslumbró una luz bien resplandeciente que emanaba de ella. Al abrir la puerta
de cristal me encontré con la triste mirada de una jirafa.
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Olivieri, Centro de Lectura y Redacción, scasillas2@suagm.edu, Universidad del
Turabo, Gurabo, Puerto Rico.
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