Centro de Lectura y Redacción, Decanato de Educación General, Universidad del Turabo

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viernes, 22 de noviembre de 2013

La puerta por Pamela Vásquez Roldán

El mundo, en el año 2030 ya no era como lo veíamos en las fotografías que habíamos conocido. La tierra estaba desierta ya no había árboles, los humanos estaban casi extintos, la mitad de los animales muertos y los otros utilizados para la milicia. Los seres humanos habían dañado todo con la tercera guerra mundial al utilizar armas nucleares. A causa de eso, los cuerpos de agua se habían secado o estaban contaminados. También, habían utilizado a los animales como armas. Les habían introducido una especie de “chip” para controlarlos. Esto último acabó con todo; las armas biológicas eran para acabar con los soldados, pero terminaron afectando a la ciudadanía. Todo se había salido de control cuando Corea del Norte había unido fuerzas con Estados Unidos. Rusia había creado un virus más fuerte que, al momento del contagio, se apoderaba del sistema nervioso y lo hacía trizas haciendo que la persona no tuviera ningún control de sus acciones.
Esto es todo lo que había visto en mi juventud. Jamás pensé que al cumplir dieciocho años iba a quedar tan solo. Mi padre había muerto, ya que él era sargento en la milicia y estaba activo en la guerra, pero no sabía de qué forma. Mi madre, al recibir la noticia de la muerte de su esposo, quedó estupefacta. Me dejó solo con mi hermana de trece años llamada Camil. Lo único que sabemos es que un día salió por la puerta, no sabemos si murió o se contagió. Lo único que sabemos es que  simplemente desapareció. Mi padre siempre me habló de esta especie de apocalipsis. Me decía «Alexander tú vas a ser el hombre de la casa si algún día me sucede algo; todo lo que vas a necesitar estará en el cuarto de provisiones». Era raro ver a alguien unas semanas atrás y después saber que nunca lo ibas a volver a ver, que simplemente su alma había salido y su cuerpo había quedado vacío.
Camil, estaba devastada por todo lo sucedido, ya que habíamos quedado solos en las casa. Veíamos desde la ventana empañada medio escondidos a los animales militares comiéndose los cuerpos tirados en la calle. Los pocos sobrevivientes estaban escondidos o habían hallado la manera de llegar a la reserva. Estados Unidos, esta gran nación, no era ni la cuarta parte de lo que era antes. Aquí no quedaba nada, debía de ingeniármelas con mi hermana para llegar vivo a la reserva en Arizona que era nuestra única posibilidad de supervivencia.
Entré al cuarto de provisiones. Había alimento no perecedero como para tres semanas, agua y un “kit” de primeros auxilios. Si todo se usaba con cautela, pensaba que se podía extender su uso. Además tenía: una caseta, cuerda, sábanas, un arma de fuego y una cuchilla; mi padre me había enseñado a usar el arma y a comprender que solo debía usarla en caso de emergencia ya que no era un juguete.
Poseíamos un jeep Rangler color negro que mi padre le había  regalado a mi madre de cumpleaños. Empecé a subir todo y Camil a traer las maletas con ropa. Me había contactado ayer el comandante Roger, compañero militar de mi padre. Roger, había sido el que me había dado la valentía y las instrucciones de salir a las 4:00 a.m. ya que a esa hora todo estaba más llevadero.    Él no podía venir a buscarnos desde Arizona porque la milicia estaba muy ocupada combatiendo con sus propios demonios. El jeep tenía el tanque lleno y otro tanque medio lleno. Tenía la esperanza de que esto nos diera para llegar a la reserva. Salimos de nuestra urbanización y seguí las rutas que mi padre había marcado para nosotros en caso de emergencia. Mientras iba manejando, mi hermana y yo platicábamos sobre qué le habría sucedido a mamá. Ella solo nos había dicho «No me busquen, cuídense, los amo» y se despidió con un beso tibio y un fuerte abrazo.
Llevábamos cinco días en el jeep haciéndolo todo: comiendo, durmiendo y haciendo pequeñas paradas para hacer nuestras necesidades. Fue duro tener que atropellar a personas que se habían tirado contra nuestro parabrisas para asaltarnos y algo aún más duro defendernos de animales que habían querido comernos. Era fuerte.
El comandante Roger se había comunicado con nosotros a través de la radio para preguntarnos nuestra localización. Yo le había dicho que todavía estábamos lejos porque habíamos tenido diferentes percances. El contactarnos no había sido tan solo para saber nuestra localización. Había sido también para avisarnos sobre un helicóptero de Rusia que estaba rociando el virus por aire así que nos había recomendado que, cuando bajáramos, usáramos unas mascarillas que estaban en el “kit” y que le pusiéramos una cobertura al ventilador del automóvil. Roger, en un momento me había hablado como mi padre diciéndome «Esto es un mundo fuerte y utiliza las armas con sabiduría, no son un juguete».
Mientras estaba conduciendo  encontré una farmacia que se veía en buen estado pero en la que se encontraba un hombre sospechoso. Le dije a Camil «Quédate vigilando el auto en lo que me bajo aquí para revisar si encuentro más provisiones o algo que nos pueda servir». En lo que yo seguía recogiendo medicamentos, entre otras cosas, en la farmacia noté que mi hermana estaba hablando con el hombre. Rápido pensé: Este hombre lo que quiere es asaltarnos. Salí corriendo y él se me presentó y me dijo «Solo busco un alma buena que me ayude ya que me he quedado estancado aquí, estoy cansado y tengo hambre». Mi hermana enseguida le dio alimento y agua. Siempre lo había dicho, mi madre había criado a mi hermana muy sensible y  demasiado de inocente, diría yo.
Mi hermana se había ido por un lado para poder hacer sus necesidades mientras yo me quedé con el hombre que se presentó como Bruce Conner. Tendría sus veintisiete o veintiocho años. Se veía bastante serio. Me contaba sobre su trabajo aburrido como abogado y cómo se olvidaba de todo eso cuando se iba de aventuras por los bosques, viajaba a diferentes países como India o África o cuando se iba por el mar.
Durante la charla dejé de escuchar a mi hermana. De pronto escuché unos gritos «¡Alexander! ¡Auxilio!». Salí corriendo. Bruce brincó con un arco y flecha. Traté de seguir su voz pero no lograba encontrarla ya que se había ido para un área verde bastante densa. De momento, también dejé de ver a Bruce. Cuando escuché otra vez a mi hermana gritar, pude encontrar su localización. Había un oso tratando de comérsela. Era un grizzly de la milicia color café. Logré identificarlo por el chip. Había llegado a arañar a mi hermana en la pierna izquierda haciendo que mi hermana cayera en el suelo. Cuando traté de levantarla, Bruce salió con un brinco y le dio un flechazo con veneno en el pecho al oso. Yo me quedé sorprendido tratando de levantar a mi hermana del suelo. El oso cayó al suelo como un tronco. Al ver ese acto heroico, no me quedó de otra que decirle «Gracias por salvar a mi hermana» y llevarlo con nosotros.
Mientras íbamos de camino mi hermana se durmió y yo estaba en las mismas, bien cansado, después de toda la adrenalina que había gastado horas antes. Decidí no dormirme ya que este hombre andaba con nosotros y desconfiaba mucho de él. No quería que fuera a robarnos lo que nos quedaba. Preferí aguantar el cansancio hasta que él se quedó dormido. Más tarde conseguí estacionarme en un lugar seguro dentro de un túnel vacío para luego levantarme a las 4:00 a.m. Al otro día, el hombre notó el procedimiento mío y de mi hermana. Camil hacía el desayuno, llevaba el conteo de nuestros alimentos, de lo que teníamos y lo que nos hacía falta. Mientras tanto yo revisaba el automóvil, las llantas del jeep y me aseguraba de que estábamos bien para seguir con el viaje. Bruce nos preguntó que hacia dónde nos dirigíamos. Yo le respondí arrogantemente «A la reserva en Arizona». Bruce me dijo «Eso es un truco para jugar con la mente de los que tienen esperanza de que este mundo puede ser rescatado. Lamento decirles que este es el fin». Le dije a mi hermana «Ponte audífonos; no quiero que lo escuches». Mientras tanto, él comenzó a burlarse de nosotros.
Seguimos nuestro rumbo y pasamos por un área que parecía un bosque en donde el jeep comenzó  a fallar. Revisé nuestro vehículo. Al parecer había habido un fallo en la batería, así que mi hermana tuvo la idea de bajar las cosas y acampar en el bosque. Estuvimos cuatro días y tres noches en ese bosque húmedo y frío pero, por lo menos, teníamos alimento y un galón de gasolina. Bruce conocía dónde estábamos y comentó que teníamos un lago y una cascada pequeña que debía tener agua fresca. Tan pronto mi hermana escuchó eso, Bruce la dirigió para que fuera sola a buscar agua mientras yo me quedé hablando con él. Le pregunté por qué era tan bueno en arco y flecha. Él respondió que en sus años universitarios había sido un gran atleta de ese deporte. De repente noté que habían pasado muchas horas y Camil no había regresado. Comencé a preocuparme. Le dije a Bruce «Vamos a buscarla». Bruce supuso que estaba en la cascada pero mi hermana al parecer se había encaminado hacia el lago. Efectivamente. Tan pronto la vi, le grité «¡Camil! Esa agua está contaminada». Ella salió rápidamente del agua e inmediatamente le comenzó la comezón en su piel. Mientras ella lloraba nos fuimos al campamento. La curé con guantes para mi protección, le di medicamentos y la mantuve aislada. Esa noche fue larga. Entre Bruce y yo nos turnamos para hacer guardia y vigilar a mi hermana pero sucedió lo que temía: mi hermana contrajo alguna bacteria o virus que se encontraba en ese lago.
Al día siguiente recogimos todo y nos alimentamos ya que el día iba a ser largo. Mi hermana estaba con fiebre pero todavía no estaba muy débil. Sin embargo, seguía con la picazón en su cuerpo. Al ver que no estaba débil decidimos caminar lo más que pudimos. Anocheció y decidí quedarme cerca de mi hermana manteniendo las precauciones posibles e  inyectándole los antibióticos que había encontrado en la farmacia. Me quedé dormido junto a mi hermana; ella se levantó y notó que las cajas y el arma no estaban. Me levantó diciéndome, Bruce nos robó.
En la mañana se escuchó un ruido entre los arbustos. Era él, Bruce, pidiéndonos perdón con sus ojos llenos de lágrimas. Camil lo amenazó con un cuchillo en el cuello y Bruce asustado nos dijo que lo perdonáramos porque su instinto de supervivencia había sido más que su sentido de lealtad. Yo le dije «Te vuelvo aceptar porque veo que tus lágrimas son sinceras pero necesito que seas leal; esto no es un juego». Después que los puntos quedaron  claros entre nosotros nos mantuvimos caminando por el bosque ya con poco alimento para los tres. Además mi hermana comenzó a marearse y su fiebre seguía subiendo. Bruce la cogió al hombro. Supongo que su acto fue porque se sentía en deuda con nosotros.
Logramos salir del bosque y, milagrosamente, salimos por una  autopista. En ese momento mi hermana comenzó a vomitar sangre y yo comencé a preocuparme más. Me quedé con ella en el suelo sirviéndole de apoyo. A Bruce se le ocurrió la brillante de buscar algún auto que tuviera la llave pegada para echarle el galón de gasolina que teníamos. Ya en este punto que habíamos llegado debíamos buscar recursos de donde fuera. Bruce se fue solo con la gasolina para ver si encontraba el auto. Pasaron un par de horas y mi hermana con su voz débil me dijo «Tú sí que eres tonto. Él lo más seguro se fue». Yo por dentro estaba pensando que mi hermana tenía toda la razón a pesar de que yo decía que ella era la débil de carácter.
De momento se escuchó un auto. Era Bruce con una guagüita. Se detuvo, cogió a mi hermana y la subió al vehículo mientras yo subía las pocas cosas que nos quedan. Condujimos por varias horas. Durante el trayecto de la carretera, nos turnamos para conducir y cuidar a mi hermana ya que estaba deshidratada, delirando y viendo a nuestra madre. De repente  noté que Bruce empezó a llorar. Sin que yo le preguntara nada, comenzó a contarme la historia de su hijo y esposa. Todo tenía sentido para mí ahora. Él había sacado su instinto paternal con mi hermana. Había canalizado todo ese amor que tenía para su familia hacia mi hermana, Camil. Yo lo miraba mientras bajaban sus lágrimas por sus mejillas. Mientras tanto él miraba la fotografía de su familia con mucha nostalgia. Decía que por esa maldita guerra había perdido lo que más amaba, su esposa y su hijito de cinco añitos.
Entre la plática notamos que nos habíamos quedado sin combustible en el desierto de Arizona. Permanecimos en el auto porque mi hermana estaba durmiendo y estaba anocheciendo. Me pasé hacia atrás con mi hermana porque la veía muy mal. Yo estaba consumiéndome por dentro pensando: Me quedaré solo. Dios me quita todo lo que quiero. Trataba de bajarle la fiebre y le decía secretos de nosotros como hermanos y que tenía que luchar.
Bruce se bajó para despejarse un poco y para darnos privacidad. Aprovechó para revisar el perímetro. Cuando volvió al jeep nos dio la noticia que había escuchado un helicóptero cerca. Yo le dije «Olvídalo. Estamos muy débiles». Mi hermana entonces me susurró suavemente «Vamos a arriesgarnos. Como quiera vamos a morir». Aunque fuera  un comentario pesimista, tenía razón; llevábamos varios días sin comer.
Bruce cogió al hombro a mi hermana y yo los bultos con las cuatro botellas de agua que nos quedaban más los medicamentos de mi hermana. Caminamos por el desierto por cuatro días pero el sol nos afectaba mucho y las noches frías eran fatales para mi hermana. No habíamos comido ni descansado bien hacía mucho tiempo. Bruce ya estaba perdiendo la gordura y yo no había bebido agua. Mis labios estaban secos y estaba exhausto. Comenzó a gritar el nombre de su hijo, Charlie, como reviviendo el momento en que un hombre bajo la influencia del virus le había rasgado el pecho a su hijo mientras su esposa trataba de forcejar con el desconocido. En tanto él había tratado de llegar para ayudar a su esposa. Su esposa se había contagiado del virus y le había pedido que la matara porque no quería vivir con eso. Bruce no quería, pero ella le había suplicado hasta que él le había pegado un flechazo en el pecho.
Mientras deliraba escuché esa triste historia. Levanté a Bruce del suelo luego de dejar a mi hermana encima de unos bultos. Él musitó «Charlie». Creo que de los tres, el mejor que estaba era yo. Los tres andábamos deshidratados, sin fuerzas, tirados en el suelo bajo el sol ardiente del desierto. Mientras seguíamos nuestro camino lentamente, comenzamos a ver una gran mansión amurallada con paredes de cristal en los jardines. Un lugar con cascadas y animales. Vimos una gran puerta. Mi hermana comenzó a llamar a mis padres y yo los comencé a ver. Cuando comenzamos a abrir la gran puerta nos deslumbró una luz bien resplandeciente que emanaba de ella. Al abrir la puerta de cristal me encontré con la triste mirada de una jirafa.
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