Centro de Lectura y Redacción, Decanato de Educación General, Universidad del Turabo

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viernes, 22 de noviembre de 2013

¿Qué pasó? por Amanda D. Muñiz Javier

…Llego a mi casa después de un largo día, me reciben con un grito de desesperación. De las peores noticias, la más pesada. De esas que sientan como un puño en la boca de tu estómago. Se suicidó, aprovechando que no había nadie con ella. No se podía dejar sola, ni un segundo, y se lo dije a su enfermera.
¿Ahora cómo contarle? ¿Cómo decirle? Abro la puerta y me cruzo con la triste mirada de la jirafa, del mono, de todos sus peluches. Al levantar los ojos del suelo, la veo. Con simplemente verla, puedo sentir las tristezas, las peleas, escuchar los gritos, sentir las lágrimas sobre mis mejillas, que muchas veces ella sintió. Los ojos no eran más que el reflejo de su propia impotencia. Tragaba amargo con solo saber que podía hacer algo para que esto no pasara.
            La conocía desde siempre, sabía sus secretos más íntimos, corríamos el mismo mar de una familia imperfecta. No obstante, jamás pensé que llegara al grado de la muerte. Siempre se veía tan feliz, tan llena de emoción. Tristeza es un adjetivo corto para describir la grave magnitud de esta situación. Quedaba entonces, decirle a mi familia lo que ha pasado. Ver a su familia, después de tanto tiempo, sería difícil.
            Quise mirarla, mirarla bien y fue un error. Su cuerpo todavía expuesto, sucio, se veía débil, pálido, frío, pero igual más tranquilo y más en paz que nunca. Era la sensación más rara del mundo, como si ella estuviera a mi lado en esos instantes. Como si la pudiera escuchar saludándome, con una sonrisa hermosa al verme. Nunca pensé que algo así pasara, siempre pensé que algún día iría a la boda, quería verla casándose con el hombre que amara.
            Ahora, ya que soy yo la única que vivo cerca, tendré que avisarle a la familia de lo ocurrido. Escuchar la voz de su mamá, la cual no he escuchado hace muchos años, solo para darle mi más sentido pésame. Tendré que escuchar su voz mientras me pregunta llorando qué pasó. Luego, la de su esposo y su hijo más joven. Escuchar el gemido de esas tres almas. Pensar que desde hace tanto no nos dirigimos la palabra, y hoy tener que llamarlos para darles esta noticia.
            Al llamar reconozco instantáneamente la voz de su madre, el susurro bajito de la pronunciación de la s mientras pregunta:
—¿Cómo estás?
—Bien y ¿usted?
—Bien, gracias a Dios, y ¿a qué le debo esta inesperada llamada?
—¿Me podría encontrar con usted? Tengo algo que decirle y quiero que sea lo más pronto posible. 
—Sí, es más, ahorita mismo.
            Y así fue, nuestra última conversación. Cuando me levanté me vi en el suelo, ojos cerrados, débil, pálida, fría, más tranquila, más en paz que nunca y el teléfono a mi lado izquierdo…
© Todos los derechos reservados. Queda prohibido copiar, reproducir, volver a publicar, descargar, enviar, transmitir o distribuir este texto en cualquier forma sin la autorización previa de su autora. Para contactar la escritora, puede comunicarse con Sylvia M. Casillas Olivieri, scasillas2@suagm.edu, Centro de Lectura y Redacción, Universidad del Turabo, Gurabo, Puerto Rico.

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