Ahí
estás otra vez, llorando en el mismo borde de ese puente. Llevas la vida
cargada sobre tus hombros y te pesa, sé que te pesa. Sigues poniendo tus quejas
en las cajas de sugerencias de la gente que dice amarte, solamente para ver
cómo vacían esas cajas diariamente en el vertedero de tu paciencia. Haces cita
con las alegrías que podría tener un corazón rapaz e infantil como el tuyo, que
se saltó algunos turnos en la fila de la madurez, pero tu inconmensurable
ingenuidad solo te deja ver el espejismo de una sonrisa que te pegaste al
rostro con cinta adhesiva.
Vives en la primera muerte que besa en los labios al júbilo, solamente cuando
piensas en el amor tan grande que les tienes a esos huevos que incubaste con
tan apasionada dedicación, sin importar que tus deseos y añoranzas sigan
siempre en la sala de espera de ese hospital tan concurrido. Obedeciste las
voces que te decían: «No juegues, cocina», «No salgas ahora, recoge», «No vayas
todavía, quédate», «No rías, preocúpate siempre». Sin embargo, hoy se te hace
difícil obedecer la mía que solo quiero te sientas mejor, o que no sientas
nada, que en todo caso, sigue siendo mejor que sentirse mal. Hoy escúchame a
mí… solo a mí, no lo pienses un segundo más, da dos pasos y bésame la boca.
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autor. Para contactar al escritor, puede comunicarse con Sylvia M. Casillas
Olivieri, Centro de Lectura y Redacción, scasillas2@suagm.edu, Universidad del
Turabo, Gurabo, Puerto Rico.
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